La primera Huelga que hubo en Chile. Leyendas y Episodios Chilenos.


Volvemos a nuestras leyendas y episodios chilenos de antaño, acá transcribimos un episodio sucedido en los tiempos de los españoles por Valparaíso, cuando solo había una sola casa de propiedad de Juan Bautista Pastene y no vivía ningún español por esos lados, pero mejor vamos a este episodio... 
Pero antes, nos referiremos al autor de estos "Leyendas y episodios chilenos", Aurelio Díaz Meza.

DÍAZ MEZA, (1) Aurelio.
(1879-1933).

Periodista, cuyas dos aficiones más grandes fueron en materia literaria, el teatro y la historia. Crítico teatral en "El Diario Ilustrado", escribió una serie de obras destinadas a las tablas. Se dio a conocer en 1908 con la zarzuela de costumbres aborígenes "Rucacahuíri" con música de Alberto García' Guerrero. Al año siguiente estrenó otra zarzuela, "Mozos diablos" y en 1912 la opereta- en tres actos "Damas de noche". Al año siguiente estrena "Con su destino". El año 1914, fecundo en la producción
dramática de este autor, estrena "Flores del campo", "Amorcillos, enaguas y pantalones" y "Bajo la selva".

Terminó esta faceta de su actividad con un pasacalle-diálogo titulado "Martes, Jueves y Sábado" (1915) y el juguete cómico "El tío Ramiro" (1916). A partir de esta fecha se entrega al periodismo y a la crónica histórica, que publicó en las páginas de los rotativos donde trabajó.



 Este sabroso y, a veces, pintoresco conjunto de evocaciones históricas, que Díaz Meza cuenta con pluma suelta y atractiva, fue reunido en 15 volúmenes que llevan el título general de "Leyendas y episodios chilenos" compuestos de tres series: "Crónicas de la Conquista", "En plena Colonia" y "Patria Vieja y Patria Nueva", publicados entre 1925 y 1938.

Escribió también "El advenimiento de Portales" (1953) y "La Quintrala y su época" (1933).

Vamos al episodio.

La primera huelga que hubo en Chile.

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La riqueza de los lavaderos de oro de Malga-Malga, de los cuales se extrajeron en menos de cinco años más de cuatrocientos mil castellanos del apetecido metal, agrupó en la ribera norte del río Aconcagua, llamado "el río de Chile y Quillota", a una numerosa población de mineros que llegó a constituir un pueblo de no escasa importancia, pues consta que había "dos calles principales", allá por el año 1549, cuando Valparaíso tenía apenas una sola casa de propiedad de Juan Bautista Pastene y no vivía allí ningún español.


Puede afirmarse que Malga-Malga era la segunda ciudad de Chile, pues La Serena acababa de ser destruida. La población de Malga-Malga estaba compuesta, en su casi totalidad, de indios o "piezas
de servicios" que laboraban las minas a las órdenes de soldados españoles, peritos en el oficio; se llevaba allí una vida más o menos tranquila porque los indios que eran destinados a los trabajos de "fuerza y fatiga' estaban ya completamente entregados a sus dominadores. En Malga-Malga había alcalde, alguacil, escribano, pesador o "fiel", pregonero y hasta párroco, pues el Presbítero Diego de Medina ejercía allí su ministerio una vez al mes.

No faltaba, sin embargo, un "agitador" que predicara cada y cuando amanecía con ganas, que los mineros eran "explotados" por los dueños de las pertenencias auríferas y que era insensato de parte de los trabajadores no poner remedio a esos abusos; el revolucionario llamábase Sebastián Vásquez y entre sus antecedentes podía citarse el que hubiera tenido la suerte inmensa de salvar su v la por haberse cortado la cuerda de la horca en que iba a ser ejecutado, por conspirador, ocho años antes, en la Plaza de Santiago.

La verdad era que a Sebastián Vásquez no le faltaba razón; los emolumentos que ganaban los maestros mineros, si no eran cortos, por lo menos no correspondían a los trabajos y a los peligros que arrostraban a diario entre los indios siempre dispuestos a rebelarse; de modo, pues, que llegó un momento en que los maestros o capataces que allí había, convencidos, por fin, de sus derechos o cansados ya con la prédica constante del "compañero Vásquez", celebraron un "mitin", y determinaron elevar un "pliego de peticiones" al Cabildo de Santiago, pidiendo poca cosa, en verdad, pero en un tono que alarmó profundamente al vecindario.

El "pliego" fue dirigido al Regidor don Gaspar de Vergara, uno de los dueños de pertenencias en Malga-Malga, para que lo leyera en el Cabildo donde había también otros "capitalistas".
"Muy magníficos señores —empezaba el pliego—: Pedro Gómez de las Montañas, en nombre de todos los mineros, digo que por cuanto la tierra está rebelada, suplico a vuestras mercedes en nombre de todos los mineros que pidan y requieran a los oficíales de Su Majestad manden aquí seis hombres de a caballo para que nos guarden de los indios y no nos ataquen; porque si no se envía gente que guarde las minas, yo y todos los dichos mineros estamos determinados a desamparar las minas, para que venga cada dueño a hacerse cargo de ellas dentro de ocho días sí no proveyeren como pedimos.

Y porque nos parece a mí y a todos los mineros, que así conviene al servicio de Dios y de su Majestad, lo pido y suplico a vuestras mercedes en nombre de todos los dichos mineros para que lo hagan como lo suplico.

"Besa las magníficas manos de vuestras mercedes: Pedro Gómez de las Montañas." Y siguen las firmas de todos los susodichos mineros, que eran trece, en total. La firma del cabecilla Sebastián Vásquez es una de las últimas; parece que el hombre no quiso figurar al frente para no infundir sospechas sobre su asendereada persona.

cacique_indigena347.jpgLos "magníficos" señores cabildantes quedaron espantados al oír la lectura del pliego, no tanto por lo desusado del tono altanero e irrespetuoso con que esos plebeyos se dirigían a la autoridad, sino por lo que significaba, para sus intereses, el cumplimiento de la amenaza de dejar abandonado el trabajo de las minas; ¡entre los regidores estaban los principales propietarios!

Algunos cabildantes pusiéronse firmes en que se debía devolver el oficio "por venir en mala forma" pero los más rechazaron ese arbitrio alegando que no convenía hacer esas pruebas que podían resultar muy peligrosas "para la hacienda de su Majestad, que se podía ver privada de los quintos que le correspondían en el beneficio de las minas..."

¡Bien sabían los "magníficos" regidores velar por sus particulares intereses parapetándose detrás de la Real Persona!
Larga fue la discusión de los cabildantes, pues duró hasta después de la "queda", según consta del acta, pero al fin llegóse a la transacción de enviar a Malga-Malga sólo cuatro de los seis soldados que los mineros pedían. Partieron, en efecto, los guardianes del orden, pero al llegar a las minas fueron recibidos "agriamente" por los mineros y obligados a decidirse si se plegaban a los huelguistas o se volvían a Santiago. Los enviados optaron por quedarse en Malga-Malga, no sabemos si haciendo causa común con sus compañeros o a la simple imparcial expectativa,  pues no podían hacer otra cosa cuatro hombres contra trece subversivos. . .

Entre tanto, un nuevo enviado de los mineros llegó a Santiago para exigir los otros dos soldados que habían pedido; la insistencia tenía los caracteres de una imposición, pues no había razón para creer que la falta de dos soldados entre 17 hombres aptos para defenderse de la supuesta rebelión de los indios, fuese cuestión tan trascendental.

Pusiéronse firmes esta vez los regidores y amenazaron con la horca a los revoltosos; pero éstos, instigados por el "agitador" Vásquez resolvieron cumplir la amenaza que habían formulado en el primer pliego y declararon la huelga, abandonando los trabajos y dando libertad a los indios que tenían a sus órdenes.

El caso era grave y desconocido en América; los intereses de los propietarios de los lavaderos y los de "Su Majestad" estaban expuestos a la ruina, pues no se sabía cuál era la actitud de los indios; los lavaderos, los crisoles, los hornos, las bateas y todas las rudimentarias pero indispensables instalaciones de que estaban provistas las minas de Malga-Malga podían ser destruidas en un momento por los indios que "estaban sueltos".

Era necesario obrar rápida y enérgicamente. El hombre indicado para esta comisión no podía ser otro que Francisco de Aguirre, el "terror de los naturales" que desempeñaba el cargo de Alcalde de Santiago y Justicia Mayor del Reino. Cuando este Capitán llegó a Malga-Malga, el 18 de marzo —el "movimiento" había empezado el 10 de febrero— "halló a Pedro Gómez de las Montañas con todos los mineros de Malga-Malga alzados y las dichas minas abandonadas".

¿Cómo terminó esta huelga, la primera que hubo en nuestra tierra hace cuatro siglos?

No lo sé de cierto, porque los documentos no lo dicen; pero parece que no llegó la sangre al río, porque las minas continuaron dando mucho oro a sus dueños y los correspondientes quintos a Su Majestad.

(1) Texto tomado del Gran Diccionario de Chile (Biográfico-Cultural) de Mario Céspedes y Lelia Garreaud, Colección Alfa Divulgación, Serie Historia de Chile, año 1988.
Fotografías: 1) "La población de Malga-Malga estaba compuesta, en su casi totalidad, de indios o "piezas de servicio". - Esposa de un cacique convertida al Cristianismo e insertada en la organización administrativa española. (Nueva Crónica de Poma de Ayala). 2) "Pedro Gómez de las Montañas, en nombre de todos los mineros..." - El cerro de Potosí, grabado incluído en la Crónica del Perú, de Pedro Cieza de León, año 1553. 3) Cacique indígena, que al convertirse al Cristianismo quedó incluído en el régimen hispano. (Nueva Crónica de Poma de Ayala).

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