Según pasan los años. Bernardo Leighton. Parte 2.



Nuevamente nos "sumergimos" en el pasado, y traemos (como seguiremos haciendolo) a Alfonso Calderón un estudioso de estos temas,  y pondremos lo mismo que el capítulo anterior:

"Según pasan los años", es el título de un libro de Alfonso Calderón, donde entrevista a diferentes personas relacionadas con nuestra cultura, para que den una mirada a nuestro país, en esos tiempos lejanos de niñez y juventud.

Conocido nuestro, hace un tiempo atrás este escritor nos dejó, Alfonso Calderón (1930-2009), poeta, ensayista, critico literario, novelista y profesor.

Es valiosísima la labor que ha cumplido a través de los estudios y antologías de diversos autores que ha publicado. Prólogos, seminarios, conferencias y artículos de prensa así lo atestiguan.

Vamos con este nuevo capítulo de "Según pasan los años", esta vez con un político conocido nuestro...



Leighton_Bernardo_a_o_1970.jpgBERNARDO LEIGHTON
(1909-1995).

-¿Cuál es su imagen del Santiago que usted encuentra al llegar
de provincia? ¿De qué modo se vincula con los grupos de católicos
que ya están interesados en los problemas sociales?

-Llegué a Santiago el año 22, en marzo, para continuar mis
humanidades en el colegio San Ignacio. Lo que me llamó la atención de Santiago fue su inmensidad. No hay otra palabra que defina la impresión recibida. Mi apoderado era un juez santiaguino, don Andrés Villar. Me aguardaba. Poseía un hermoso auto, europeo, con chofer, y cuando empezamos a ver Santiago desde la Estación Central y observé la iluminación de gas, me deslumbre.

Nos alojamos en una casa que estaba en la tercera cuadra de Vicuña Mackenna, frente a una iglesia que aún existe. La casa, también. Tiempo de carros y de victorias. En el colegio San Ignacio conocí a la aristocracia santiaguina. Tenía una actitud distante de los que no pertenecían a ella. No en el colegio, porque allí todos éramos amigos, pero en la calle el asunto cambiaba.

Tuve, en ese grupo, sin embargo, un gran amigo: Sergio Fernández Larraín. No quedé en la sala sentado en el mismo grupo de él, porque en ese tiempo, según el lugar que ocupaban, los muchachos eran "cartagineses" o "romanos". Yo me senté en Cartago, y cartaginés me quedé para siempre.
Mi padre era notario en Los Angeles. La mayoría de los profesores del colegio eran sacerdotes...

servicio_tranvias_a_la_cumbre_san_cristobal.jpg

-¿Sentían ellos, ya, la influencia de los postulados de León XIII
en lo que respecta al plano social? ¿Eran políticamente -como se ha
dicho alguna vez- prescindentes?

-No conocí sacerdotes que tuviesen una postura frente al compromiso social. El sacerdote que nos enseñaba Historia, de apellido Román, como español, tenía antecedentes sobre la caída de la monarquía. No se mostraban partidarios de Primo de Rivera. Existía, eso sí, en el colegio, una academia en donde algunos se explayaban acerca de asuntos de índole social.
Recuerdo que allí se discutió acerca de la caída de Ibáñez...

-¿Cómo ve usted a don Arturo Alessandri? ¿Cuál es su imagen
de él?

-Mi padre, al igual que todos los conservadores de Los Angeles, era antialessandrista. Pasado el tiempo, en la segunda elección de Alessandri, el año 32, mi impresión es definida. En la Universidad Católica no había ambiente para partido alguno, ni siquiera para el Conservador. El único que tenía un rol activo era don Rafael Gumucio.

"Viejo San Diego". Porfirio Díaz.



En el año 35, junto a Frei y a otros formamos la Juventud Católica. Los liberales y conservadores gobernaban con apoyo de fuerzas independientes. El programa de Alessandri era de orden y tranquilidad. Tuvimos ministros: Cruz Coke, Salomón Gutiérrez y un tercero, cuyo nombre no recuerdo. En esa oportunidad pude conversar con don Arturo acerca de sus puntos de vista y, a la vez, lograr recordarle que Sergio Fernández y yo le habíamos enviado una carta, cuando estábamos en el colegio. No trepidó en decir que coincidía en varios de los planteamientos nuestros.

Mi madre se opuso tenazmente al golpe del año 24, el de la caída de Alessandri, y tuvo discusiones con mi padre, al cual le correspondía anunciar el bando que daba cuenta del derrocamiento...

-Cuando se sublevó la Armada, en Coquimbo, el año 31,
usted, con otras personas, sirvió como mediador entre el gobierno
y los que se levantaban contra él. ¿Qué pasó en esa jornada extraña
en la historia, de Chile, que algunos comparan con la rebelión del
acorazado Potemkin?

-Yo estaba en el último año de Leyes y a un profesor de la Escuela de Derecho se le ocurrió, no sé cómo, proponerle al ministro del Interior que fuéramos a Coquimbo, con motivo de la revuelta de los suboficiales de la Armada, jóvenes que habíamos participado en la caída de Ibáñez. En el grupo figuraban Julio Barrenechea, presidente de la FECH, y Salvador Allende, entre otros. La mayoría era de la Universidad de Chile.

A nuestro profesor se le ocurrió que cuatro jóvenes dirigentes estudiantiles fuéramos, colaborando con la autoridad legítima de Chile, a conversar con los subversivos, a buscar la paz y a pedirles que "reconocieran" al gobierno.

"En Mejillones yo tuve un amor". Porfirio Díaz.



Llegamos en la noche a Coquimbo. En el hotel, nos preguntamos qué íbamos a hacer y acordamos relacionarnos con el pueblo. El de Coquimbo estaba de acuerdo con la subversión, entre otras razones porque había familiares de los alzados. En La Serena, ocurría lo contrario. El pueblo estaba en oposición abierta a los subversivos.

Nos reunimos con las autoridades y con un almirante, el cual nos informó que había hecho cuanto le era posible, que nada había conseguido, que encontraba todo perdido y que regresaba a Santiago. Fue una noche tristísima. Uno de los nuestros gritó: "¡Viva Chile!". No tuvimos con quien entendernos, ya que ningún oficial bajaba al muelle y sólo pudimos ver al capellán de la Armada.

acorazado_almirante_latorre_chile.jpgEl barco más grande que se veía era el "Latorre", llegado hacía poco de Inglaterra. Al día siguiente, se me ocurrió enviarle una especie de escrito al jefe de los sublevados, para que me permitiera subir al "Latorre" a hablar con él.
Era gordo. Se llamaba González. Me contestó, diciéndome que estaba dispuesto a conversar y que me enviaban un bote. Conmigo subió Rodríguez Lazo, quien no tenía muchas coincidencias con mis puntos de vista. Le pedí que fuera conmigo, pero que guardara silencio. Me dio su palabra.

Al subir a la lancha estaba muy nervioso, como nunca en mi vida, porque sabía qué decir, pero no las consecuencias.
Recuerdo que, desde el muelle, se veía -sobre el cerro- una cruz.
Pedí: "Cristo mío, ayúdame, porque veo la cosa algo difícil y deseo ser correcto". Me ayudó mucho, pero no se me calmaron los nervios. Subimos al "Latorre" y nos llevaron a uno de los salones en donde estaban los mandos de la sublevación. Estaban ellos y podían verse los oficiales detenidos por ellos.

Me senté enfrente del jefe, González. Me dijo que agradecía el que yo hubiera ido y que ellos, muchas veces, habían estado de acuerdo con los jóvenes. Que deseaban oír lo que podríamos decirles. La situación era bastante crítica. A mi lado derecho estaba Rodríguez Lazo; a la izquierda, otros suboficiales. La impresión que tuve es la de ver muchas armas sobre la mesa. Yo, sobre ella, coloqué mi abrigo, ya que no tenía dónde ponerlo.

Comencé diciéndoles que les agradecía mucho la disposición para conversar conmigo, pero que, a la vez, debía ser muy franco: estaba en contra de cuanto hacían. Que no debieron levantarse jamás, puesto que no aceptaba yo la revolución o el alzamiento en contra de un gobierno constituido. Que una cosa era tener actuaciones de fuerte crítica a una dictadura, pero jamás alzarse en contra de un gobierno legítimo.

Después les dije que muchas de las cosas que ellos planteaban como problemas de tipo social no las compartía. Que la dictadura había terminado y que era preciso buscar soluciones.

"Cacharpaya del Pasiri". Bafona.



Me ofrecí, además, a ellos como portavoz para llevar sus inquietudes, de modo indirecto, al ministro del Interior.

Mientras hablaba, la garganta me traicionó. Me salió una voz delgada, que no condecía con cuanto estaba diciendo tan seriamente. Se pusieron todos a reír, con tantas ganas que di un golpe en la mesa, exigiendo respeto. Ellos cambiaron de inmediato. Luego me dijeron que agradecían mucho mi presencia y que diera cuenta de los puntos de vista de ellos.

Rodríguez me acompañó al bote. Llegué al muelle alrededor del mediodía y poco después se produjo el ataque de la Aviación a los barcos. El bombardeo duró unos minutos, después los aviones se retiraron. Salió la gente a las calles y un grupo de madres de los sublevados me pidió que fuéramos a hablar con el gobernador, para que no se repitiera el ataque, porque todo se iba a volver una tragedia. Nada se pudo hacer con el gobernador.

Tribunales_de_La_Serena.jpgLa gente comenzó a viajar hacia La Serena, porque se temía que la Marina bombardeara Coquimbo.
 En el primer momento, quise quedarme, pero después pensé que si en la noche bajaban de los barcos y me iban a buscar, para ir de nuevo al "Latorre", lo pasaría bastante mal. Decidí ir también a La Serena. Viajé en la máquina del autocarril. Desde allí vi cómo la marinería desembarcaba en la playa y de uno de los barcos salía un haz de luz que enfocaba directamente el campanario de la iglesia de La Serena, el cual sería, al parecer, el blanco al que habrían de disparar. En La Serena no quedaba casi nadie, porque habían huido al campo.
Además, el regimiento de la ciudad estaba sublevado y apoyaba el movimiento de la Armada. Conseguí una pieza en un hotel muy cercano a la plaza de Armas y decidí ir, a la mañana, temprano, a una misa en la iglesia de San Francisco.

A las seis y media de la mañana estaba allí. Al entrar, pedí a un hermano que me dejase subir a la torre y mirar la playa de Coquimbo. Lo hice y vi que no había nadie y pensé que los sublevados habían puesto fin al movimiento. Prácticamente todo terminó. Después fui a una asamblea de la Juventud Católica con el obispo. Eso fue todo...

-¿Cómo es la imagen que usted posee de Ibáñez, hoy? ¿Y la
antigua, la correspondiente a los días de la dictadura?

-Muy distintas. En un libro inédito, cuento muchas cosas.
En un momento en que teníamos tomada la Universidad, un amigo común, de Ibáñez y de los jóvenes católicos, nos dijo, a lo largo de toda una mañana que si no entregábamos el recinto, a una hora determinada iba a venir la policía a desalojarnos.

Cuando faltaban unos diez minutos, avisaron que venía. Alrededor de las 12 del día, Ibáñez mandó decir que si dentro de una hora no abríamos la Universidad -que se encontraba tapiada con mesas, sillas y muebles- la policía se colocaría al frente, para que nadie causase problema alguno. Esa actitud de Ibáñez me pareció ejemplar, una acción humana de valor moral.

La segunda presidencia de Ibáñez fue muy distinta. Se desarrolló en marcos políticos concretos y poseía una línea, zigzagueante, a veces. Parecía mantener sus rasgos autoritarios, pero se negó, al parecer, a romper la norma jurídica, el orden constitucional, en desmedro de golpistas y de entusiasmados por el cierre del parlamento.

Cuando el golpe, en el año 24, se le dio un banquete en el Club de la Unión. Presidió el homenaje el señor Barros Borgoño, quien había sido derrotado en la elección del 20 que llevó a la presidencia a don Arturo Alessandri. Lo curioso es que, más tarde, cuando buscando su derrocamiento nos tomamos la Universidad, nos mandaban la comida desde el mismo Club de la Unión. Tengo -o tenía- una larga carta de Dublé Urrutia en la que me decía que aceptáramos esos agasajos, pero a condición de que los servicios con los cuales nos atendieran no fueran, por razón alguna, los mismos de la vez anterior...

-¿Juan Esteban Montero? Edwards Bello sostenía que fue un
error tenerlo como presidente en Chile. Que en Suiza habría sido
un lujo. Aquí, no. Don Bernardo, ¿por qué fracasó Montero como
presidente?

-No fracasó, en propiedad. Lo que pasa es que él no deseaba ser presidente. Debió haberse buscado un candidato más adecuado para esas circunstancias y ese tiempo.
 Cayó por el golpe que dieron los aviadores y Marmaduque Grove. Estuve en La Moneda el día en que cayó Montero. Salí con él por una escalera que hoy ya no existe. Vi cuando llegaron a asaltar La Moneda, a tomársela. Estaba yo en uno de los balcones del Salón de Honor, que también desapareció. Desde ahí se veía perfectamente cuanto pasaba en la presidencia.

Vi a Montero de pie y la llegada de los hombres de Grove. Montero no miró a nadie y, después de oír a Grove, dijo dos palabras a alguien que estaba a su lado, tal vez a un militar, y se retiró con todos sus ministros.

Grove le dijo: "Señor presidente, perdón, señor Montero, nosotros los de las Fuerzas Armadas queremos que nos entregue el gobierno".
Montero, sin mirarlo, no respondió...

-Don Bernardo, usted fue ministro —y muy joven- en el
segundo gobierno de don Arturo. ¿Qué lo llevó a renunciar?¿Fue
la requisición de la revista "Topaze" o hubo otros problemas? ¿Cómo se veía actuando en las huelgas de ese tiempo?

-No dejaron circular "Topaze". El juez que tenía a su cargo la investigación del empastelamiento de la edición anunció, sin ambages, que detendría al jefe de la Policía Civil. Esto le produjo a don Arturo una gran impresión y se dio cuenta de que habría de causarle muchas molestias. De manera que vio necesario tomar alguna resolución: envió al proceso un escrito en el que decía expresamente que él había dado la orden a la Policía, en vista de lo que se había publicado con respecto a él, y que esto perjudicaba a la Constitución y a la democracia chilenas.

Tras esto, la Corte de Apelaciones dejó en libertad al jefe de Policía
y desechó toda acción en contra de don Arturo.

Sin embargo, eso me llevó a mí a renunciar. Se lo dije al presidente. Que no estaba de acuerdo en que se hubiera mandado este escrito. Que podría haber dado otra explicación, pero jamás manifestar que era para defender la Constitución.
 Que eso no debía ni podía hacerse, y, en mi criterio de ministro suyo, si algo como eso ocurría yo debía dejar de ser ministro. "Le prometo -dije a don Arturo- que no diré nada en relación con mi renuncia. Sólo se va a saber que he renunciado, pero no la razón".

"Y tenía un lunar". Jose Bohr.



Don Arturo me dijo que estas cosas solían pasar en un gobierno, que no había tenido mala intención, que al final las cosas se solucionan y el país seguía siendo el país. Le repliqué que él había sido extraordinario conmigo, en el apoyo a la política social que había tratado de llevar en el ministerio, incluso cuando yo estuve a punto de hacer tomar, en el sur, los barcos de una Compañía, debido a una huelga legítima de los empleados.

El ministro del Interior iba a viajar al sur a una conmemoración, pero resultaba que no había cómo ir, porque los barcos estaban en huelga legal. Pensé que lo lógico era llegar a una solución allá mismo y que lo más indicado era buscar un arbitro, que era lo que disponía el Código del Trabajo. La compañía no aceptó' el arbitraje, en vista de lo cual, de acuerdo con el Código, comuniqué al secretario de la Intendencia que preparara la policía, tomara los barcos y los hiciera funcionar. El decreto era un poco fuerte. El presidente Alessandri y los ministros no pusieron objeciones. A punto de ser tomada la medida, la empresa aceptó un arbitro para mediar.

Otra vez hubo una huelga grande y legal, en Antofagasta.
No había solución. Viajé en avión a la zona. Hablé con los trabajadores (los huelguistas habían recibido un telegrama en el cual se les decía que había orden presidencial de tomar presos a los huelguistas).

Yo me planté delante de ellos y les comuniqué que el presidente estaba equivocado,ya que pensaba que la huelga era ilegal. Que yo me había encargado de comunicarle ya la legalidad del conflicto y que era preciso buscar una solución, sin plantear las cosas con exageración, y que, además, yo deseaba reunirme en asamblea general con los trabajadores. Esta, para que estuviesen todos, se hizo en la calle. Se aceptaron las condiciones y, durante diez años, no se produjo en la zona otra huelga.


El presidente Alessandri me respaldó siempre. En una ocasión me convidaron á comer los dirigentes de Chuquicamata y él me dijo: "vaya, no más. Converse de política todo lo que quiera con ellos". Fue siempre un hombre muy cordial, amistoso...

-¿Qué otros políticos de antaño recuerda?

-A don Pedro Aguirre Cerda lo conocí como presidente, al igual que a don Juan Antonio Ríos, a quien acompañé durante su campaña. En cuanto a estar en una línea democrática y a buscar no apartarse de ella, los dos estuvieron muy bien siempre y coincidían con las ideas de don Arturo. Lo que pasa es que éste tenía un carácter muy espontáneo y expresivo y ahuyentaba a algunos.

Alessandri tenía la ventaja de ser orador extraordinario, sobre todo en el primer período, lo que combinaba con el gracejo, la simpatía, la variedad. Tenía, además, una mano de hombre, muy grande, con la que acompañaba cuanto decía.

Aguirre Cerda era distinto, más reservado. Observador, ponía los ojos en uno y observaba, observaba, encendiendo un cigarro y dejando que los ojos paseasen solos, por un punto y otro, mientras hablaba.
Ríos era enérgico, pero había tenido algunas actitudes discutibles. Participó en la revuelta de la República Socialista, tan informe y breve...

-¿Es su pasado un hecho vivo? ¿Se arrepiente de haberlo vivido,
en algún momento?

-Son cosas que he vivido. Siento aún que estoy viviéndolas y que he de seguir haciéndolo. Creo que debemos vivir en este país, con las correcciones que conviene hacer al legado histórico y político de las generaciones de ayer. Se precisa restaurar las bases de lo que fuimos, no todas, y repetir esas bases, repetirlas.

En el fondo de mi espíritu, me siento feliz de haber vivido apoyado en esos cimientos tan firmes. He tenido muchos dolores. Me he afligido mucho por los amigos que han muerto recientemente: Eduardo Freí, compañero de tantas horas y jornadas; Pedro J. Rodríguez, Claudio Orrego. He sufrido por todo ello. Mi señora ha logrado animarme y ayudar a reponerme, porque ni ella ni yo somos politiqueros. Tengo fe en un mañana solidario y digno...

Fotografías: 1) Portada del libro "Según pasan los años" de Alfonso Calderón. 2) Bernardo Leighton año 1970. 3) Servicio de tranvías a la cumbre del cerro San Cristobal. 4) Acorazado Almirante Latorre. 5) Palacio de Los Tribunales , La Serena.
La música nos sirve para recordar el pasado y musicalizar este artículo.

Comentarios