Especial de Violeta, parte 5.

Especial de Violeta.

Seguimos con Fernando Alegría, en este Especial de Violeta. 

Fernando Alegría es novelista, crítico literario y poeta. Es profesor en la Universidad de Berkeley, California.
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El catolicismo de Violeta es peculiar, pudiera parecer excéntrico pues cree en toda fuerza sobrenatural que se ajusta a los percances de una vida primitiva e irracional. Dios, ángeles, santos y demonios son activos participantes en la rutina diaria de los mortales, se mezclan con ellos, discuten y razonan, cantan y bailan, o se duelen y lloran, y se pelean. La fatalidad es una regla de la vida y pagamos por nuestras acciones no tanto a causa de nuestra maldad, como por no comprender los designios divinos.



En la década del cincuenta, Violeta logra importantes triunfos: gana el Premio Caupolicán, galardón que los críticos musicales otorgan al mejor artista del año, recibe una invitación para asistir a un festival en Polo¬nia y acepta sin preocuparse de los problemas familiares que deja en Chile.

De un segundo matrimonio le acaba de nacer una niña y la deja al cuidado del marido. Se va con su guitarra y sus bártulos prometiendo regresar en dos meses. ¡Vuelve de Europa después de dos años! A los pocos meses de su partida muere la niña.


Violeta la convierte en un motivo poético de una canción enternecedora, escrita «a lo divino», es decir, dentro de la forma tradicional del «velorio del angelito».

El sufrimiento personal no es parte de estos versos —eso será tema de otros poemas suyos como «En Río»—, dijérase que desaparece en la melodía liviana e inocente de la canción:

Rosita se fue a los cielos
igual que paloma blanca,
en una linda potranca le

apareció el ángel bueno...

Apúrate palomita
que la Virgen del Carmelo
te ha de cuidar con desvelo...

Un segundo viaje a Europa en 1961 señala la culminación de la carrera artística de Violeta. Su vida personal entra a girar en un torbellino que ella no entiende pero al que se entrega, como siempre, sintiéndose predestinada. Los acontecimientos decisivos se aceleran, gentes extrañas entran y salen de su vida y le dejan marcas profundas.

Violeta pasa apresurada, sin juzgar a nadie, arreglándose una especie de rutina que no la compromete verdaderamente. Se va río abajo, presa de una corriente que la exalta y que, sorpresivamente, acabará con ella.

 En París
se había presentado en la Embajada de Chile en Francia con una carta que escuetamente decía:
«Violeta Parra, folklorista chilena, le avisa al Embajador que ha llegado a París y que espera ser recibida».

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Le dieron con la puerta en las narices.  Se encontró sola, entonces, en un ambiente desconocido, sin hablar una palabra de francés y sin dinero. Fué a parar al Barrio Latino, donde consiguió un trabajo cantando en una pequeña boite desde las diez de la noche hasta el amanecer.

Vive en la miseria, se enferma, pero aún así le sigue poniendo sueños a su vida, sueños imposibles, a veces patéticos. ¡Gasta el poco dinero que gana en un tratamiento de belleza!

Gracias a Paul Rivet, antropólogo ilustre, hombre bondadoso y querendón de los latinoamericanos, Violeta consigue grabar un disco para el Museo del Hombre.


Graba, luego, dos discos para una firma comercial llamada Chants du Monde. Puede entonces, instalarse en un hotel pasable donde vive rodeada de pintores, músicos y escritores chilenos.

Canta toda la noche y, a las ocho de la mañana, ya está trabajando con alambres, papeles, y tejidos, entregada a una poderosa y sorpresiva vocación que la empuja con tanta fuerza como la música.

De sus manos empiezan a salir extrañas formas y colores: árboles radiantes, dibujados en lana, que parecen fuegos de artificio cayendo a lo largo de cielos encendidos por violentos arreboles. Aparecen cabezas oscuras de mujeres indígenas suspendidas en el aire de voluminosos volcanes, pájaros desconocidos, ríos, piedras, flores de lava, danzantes grotescos.

La pieza se llena de tapices, dibujos, esculturas de alambre. Poco a poco los tapices van saliendo del hotel en camino a las galerías de arte de París. Violeta, por primera vez en su vida, vende sus obras de artesanía y el dinero empieza a llegar sin que tenga que salir a buscarlo.

el circo.jpgUn gran triunfo en su carrera fue entonces la exposición de artesanías que realizó en el Museo de Artes Decorativas.
La crítica reconoció el poder expresivo de Violeta, su misterioso fondo de inspiración andina, el aura poética de sus objetos toscos, primitivos.

Un crítico, M. M. Broumagne, le elogio con elocuencia:
¿Por qué estos personajes de lana, estos animales, estas flores, estos bordados estas novedades tiernas y violentas conmueven tan certeramente nuestra sensibilidad?

Sin duda porque Violeta Parra no hace de ellos elementos decorativos nacidos de su pura imaginación, sino retratos de gentes que ella  ama o no, restitución de recuerdos de Chile para glorificarlos y exorcizarlos.

Se asiste al nacimiento de un mundo en que violencia sorda y ternura fecundante se corresponden. Nacimiento de una obra, pues no hace más de seis años que Violeta Parra hace tapices. Sin embargo, sus obras sobrepasan los encantos fáciles y engañosos del exotismo o del folklore barato. Obras inocentes, primitivas, pero cargadas de experiencia, ricas en técnica y trascendencia vital.

En las fotografías: 1) Violeta Parra, foto de la Revista El Musiquero. 2) Escritos de Violeta. 3) Arpillera de Violeta, El Circo.

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