Especial de Violeta, parte 4.


Violeta Parra, Especial.

Un buen día una estación radial de gran prestigio en Santiago se interesa en el trabajo de Violeta y le crea un programa especial. Es un éxito inesperado.

 El público de la Radio Chilena, exigente y culto, recibió los cantos folklóricos de Violeta en la misma vena que aceptaba la música primitiva y exótica de otros continentes. No se identificaba con ella: la escuchaba consciente de participar en un experimento que abría, de pronto, un mundo de magia donde antes no viera sino rutina, blando acompañamiento de faenas campesinas tradicionales.
Violeta respondió con entusiasmo al interés de los oyentes.



 Comenzó a revivir en el escenario invisible de los estudios de radio, los contrapuntos de improvisación, las ceremonias de los velorios, los cantos «a lo divino», glosas populares de la historia sagrada, y los cantos «a lo humano», relatos de acontecimientos contemporáneos.

Las estaciones de radio a través de Chile empezaron a repetir los programas dominicales de Violeta. En los patios de las casas patronales de los fundos, se reunían los inquilinos a escuchar esa voz áspera en que reconocían una entonación familiar y un fondo ancestral insistente. Pero también la escuchaban los devotos de la música clásica y del jazz, siempre fieles a Radio Chilena.

 Violeta iba formando un público que representaba los dos extremos de una sociedad: la veneraban los trabajadores y la patrocinaba el clan super-sofisticado de Radio Chilena. 

v_parra.jpgA unos les despertaba conciencia de sus propios valores y la voluntad de afirmarlos en el medio hostil del comercialismo radial. A otros los picaba la curiosidad mostrándoles aspectos de un tesoro cultural insospechado, unido en sus esencias a las formas más avanzadas del arte contemporáneo.

En 1957, la Universidad de Concepción invitó a Violeta como artista en residencia, y de la noche a la mañana, se encontró en medio de las actividades de un magno encuentro de escritores y hombres de ciencia. Una noche, en el verano claro y fresco de Concepción, ante miles de estudiantes y trabajadores de las industrias vecinas, de novelistas, poetas, y de científicos, Violeta ofreció un memorable recital.

En la universidad no había escenario. Violeta apareció vestida con su ropa de siempre, tal vez mejor peinada que de costumbre porque llevaba el pelo en un moño, y hablando en tono de conversación, con su acento cantado del sur de Chile, se puso a narrar sus experiencias de recopiladora de folklore.

Habló de viejos y viejas que pasaron largas jornadas con ella rememorando los ritos del campo. Explicó la teminología técnica de los cantores populares, mostró los diversos instrumentos que había puesto en el suelo. Pulsó la guitarra y cantó.

Más tarde, pasada la media noche, Violeta, rodeada de amigos, se va a su casita de troncos, cerca del Bío-Bío, a seguir la fiesta, porque eso ha sido el recital para ella: una gran fiesta. En un cuarto que le sirve de todo —es comedor y sala, cocina y dormitorio—, alumbra un braserito y sobre él, como un móvil suspendido en el fuego, la tetera que irá de mano en mano llenando el mate y soltando la fragancia dulzona de la yerba verde y dorada.

Violeta seguirá cantando, incansable, muy despierta, con los ojos más brillantes, la voz insistente y golpeada. Cantará hasta que las velas no ardan. Al amanecer, con los celajes bajo los árboles y el vuelo rasante de los patos sobre el río, Violeta dirá su verdadero mensaje, una canción suya que habla de otras cosas.

Es ahora la tierna enamorada penando a media voz porque no siempre la escuchan y quisiera hacer feliz a su amante, pero no le alcanzan ni el tiempo ni la voz ni la guitarra.

Ya no me clava la estrella
ya no me amarga la luna,
la vida es una fortuna
vistosa, próspera, bella.

Dice y se contradice en seguida, porque a cada recodo del camino la desgracia sale a su encuentro y la desarma. Su enemigo es un ángel del bien que se transforma en símbolo del mal, un engañador continuo contra el cual nada pueden las razones.

El río que yo más quiero
no se quiere detener
por el ruido de sus aguas
no escucha que tengo sed.
El cielo que yo más quiero
se ha comenzado a nublar
mis ojos de nada sirven
los mata la oscuridad.

Todo cambia en el amor, dice la copla, para mal del enamorado, falso es el mundo que inventa si en la realidad que nos deja no cabe más que el olvido.

Para Violeta la muerte
«es un animal», y un animal también, de extraños
ademanes, el amante que la traiciona.
Educacion uno.jpgNo hay transición entre esa edad de inocencia que describen las primeras canciones de Violeta y los años de la violencia, de ataques arteros, en la gran ciudad que la rechaza o, si la acepta, es para abrirse como una trampa.

La parte medular de sus composiciones revela un continuo duelo entre el ángel bueno y el ángel malo; encierra una recriminación dura contra una poderosa sociedad cruelmente injusta.

En un lado el pueblo. En el otro: los poderosos del dinero y de la autoridad. Violeta condena las instituciones que se convierten en templos de engaño, y condena al hombre cuando endiosa la potencia de las falsas apariencias.

"Qué dirá el Santo Padre". Violeta Parra.

En las fotografías: 1) Tejido de Violeta Parra. 2) Violeta, carátula de uno de sus discos. 3) Ricardo García, trabajó con Violeta en Radio Chilena, él escribía el libreto del programa "Canta Violeta Parra". 4) Un profesor dictando clases en una escuela rural de latinoamérica.

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