Especial de Violeta, parte 3.


Seguimos con nuestro Especial de Violeta. Los dejo con Fernando Alegría.

Fernando Alegría es novelista, crítico literario y poeta. Es profesor en la Universidad de Berkeley, California.

El circo ambulante se movía al tranco lento de los bueyes por los barriales en el invierno y por las rutas polvorientas en el verano. Los artistas a duras penas conseguían la protección de los patrones y las autoridades, pero se ganaban la confianza de los inquilinos. En esos circos no se protestaba, ni se hacían discursos; eran pedazos del pueblo, parte de fundos, ni más ni menos que la media luna de los rodeos o que el mercado dominguero, o la feria de los días de fiesta.



Nicanor Parra, el único hermano destinado a educarse en la capital, rescata a Violeta de este vagabundeo triste, se transforma en su ángel protector. La pone bajo su ala, la orienta cautelosamente, se preocupa de sus estudios, y poco a poco, la lleva hacia el ámbito sofisticado de sus amigos escritores y artistas.

En 1935, Nicanor instala a los Parra en una casita de los suburbios de Santiago y él parte a hacerse cargo de un puesto de profesor de matemáticas en el Liceo de Chillan. Una vez más Violeta e Hilda salen a cantar en tabernas y fondas de los barrios bajos pero, ahora, el público que les paga, pide boleros, tangos y cumbias.

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El barrio Estación de Santiago es bravo. Allí confluyen las corrientes nómadas que vienen del sur del país y se convierten en víctimas de los tiburones del bajo fondo del hampa santiaguina. No se quedarán mucho tiempo flotando en esas aguas procelosas las hermanas Parra. Violeta conoce ahí a un joven maquinista de trenes, se enamora, y en 1937, se casa con él.

Ella tenía diecinueve años y yo dieciocho —cuenta su marido—, ella cantaba con la Hilda y el Lalo en negocios de Matucana, al llegar a Mapocho.
Yo trabajaba al frente en la maestranza de ferrocarriles, donde era maquinista. Me acuerdo que estábamos pololeando todavía cuando un día la llamó su hermana mayor que se había casado con un caballero que tenía un circo.

Siempre le pedía a los hermanos que fueran a trabajar allá, así que ese día se me fue a Curacaví. Fui en bicicleta a verla. Un domingo, partí como a las tres de la tarde y llegué a las ocho de la noche al circo. Al día siguiente, dispuesto a regresarme dijo Violeta:

¡No, pues, yo me voy contigo, llévame en la bicicleta! Y me la traje. Subimos la cuesta de ocho kilómetros a pie. Llegamos a Santiago como a las seis de la tarde. Nos casamos y empezó esa vida así...

El marido habla de Violeta como de una joven voluntariosa y arrebatada.

Se le va del rancho todas las noches para actuar en una compañía de comedias españolas. El maquinista se impacienta. Quisiera organizar su vida y Violeta lo escucha bostezando. Al poco tiempo, parten caminos. El desaparece en las maestranzas de Santiago y Valparaíso, Violeta se cansa del vagabundeo inútil por los escenarios del barrio, siente que debe dar un vuelco a su vida.
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A los treinta años de edad, guitarra en mano, cargando una grabadora y una bolsa de viaje, Violeta se lanza en un obsesionado peregrinaje por las montañas, las llanuras, las islas, los puertos de Chile. Va a recoger la letra y la música del único arte que siendo viejo se renueva día a día, el folklore que falsifican los cantantes comerciales y que boicotean las estaciones de radio y las compañías de discos.

«Cuándo me iba a imaginar —dice Violeta— que al salir a recopilar mi primera canción un día del año 1953, iba a aprender que Chile es el mejor libro de folklore que se haya escrito. Al llegar a la Comuna de Barrancas me pareció abrir este libro.»

arpilleras violeta.jpgVioleta entra a un terreno oculto y rico que pocos, poquísimos, han recorrido.

Procede a revelar un tesoro de tradición musical y poética que, por una parte, se entronca con el viejo romancero español, y, por otra, con los misteriosos ritmos de los pueblos andinos. Violeta colecciona canciones, leyendas y refranes. 


Reincorpora a la música criolla instrumentos casi desconocidos para la gente de la ciudad, como el charango, el guitarrón, la quena, y aprende a tocarlos. Poco a poco va formando una rica colección que deslumbrará a los investigadores profesionales.

Fotografías: 1) Afiche de Violeta Parra Sinfónico, Orquesta Sinfónica de Universidad de Concepción, en Estación Mapocho. 2) y 3) Violeta Parra. 4) Bordado de nuestra folclorista.

(Ir  Especial Violeta. Parte 4)

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